Franco ha muerto

Hace 40 años  fallecía el polémico dictador (20 del 11 del 75)

Paco G. Redondo. Profesor de Geografía e Historia.

   Eran las 10 de la mañana del jueves 20 de noviembre de 1975 cuando Televisión Española, entonces único y oficial medio televisivo, anunciaba la esperada muerte del Jefe del Estado y “Generalísimo” desde 1936/39, Francisco Franco, tras una prolongada agonía. Fuera casual o buscado, moría otro 20 de noviembre como el principal ideólogo del régimen del “18 de julio” (“alzamiento” contra la II República en 1936), el líder falangista José Antonio Primo de Rivera, hijo del dictador previo de 1923 a 1930, Miguel Primo de Rivera. El presidente del Gobierno, Carlos Arias Navarro, anunciaba con profunda emoción: “Españoles, Franco ha muerto”, sin poder contener las lágrimas. “La tele” en imágenes y los medios de comunicación con amplios reportajes difundieron para 35 millones de españoles los solemnes actos de unas intensas jornadas. Desde la capilla ardiente, instalada en el palacio de El Pardo, que había sido la residencia del “Caudillo” hasta la proclamación del nuevo rey, Juan Carlos de Borbón –nieto de Alfonso XIII- como nuevo jefe del Estado reinando con el nombre de Juan Carlos I, pasando por el entierro en el Valle de los Caídos, en la sierra madrileña. 16 cadenas de televisión emitieron los principales actos en directo y otros 52 países recibieron las imágenes de los eventos. Numerosos Jefes de Estado y presidentes del Gobierno, sobre todo de naciones europeas, asistieron al sepelio y/o proclamación del nuevo monarca español. ¿Qué pasaría después de la muerte del dictador? ¿Estaba ya superada la guerra civil? ¿Sobreviviría un “franquismo blando” sin Franco entre una Europa occidental democrática y pluripartidista?

   La despedida de los españoles en la plaza de Oriente, las largas colas por donde cientos de miles de personas aguardaron para rendir un último homenaje ante el féretro a quien consideraban su héroe (para los “de derechas”), en tanto que era considerado criminal (por los “de izquierdas”). Su legado sin embargo siempre será polémico, surgido de una república tan apasionada como sectaria, y una cruel guerra civil en el contexto de la turbulenta Europa de los años 30 y 40 donde combatían democracia, fascismo y comunismo. En la época se hablaba de un millón de muertos. Cifra exagerada para los caídos en combate, pero no tanto si consideramos las bajas del desastre en conjunto: muertos, heridos, no nacidos, emigrados, encarcelados… Y sobre todo la profunda huella social de maniqueísmo y rencor en los fervorosos partidarios de ambos bandos, casi igualados en votos, en aquellas elecciones de febrero de 1936 donde ganaron las izquierdas, unas  reformistas y otras revolucionarias, del “Frente Popular”. El concepto de “No nacidos”, por estar los jóvenes en el frente de batalla, se compensa en la demografía en parte por los “nacimientos diferidos” y posterior aumento de la natalidad, al cesar la contienda. La España de los años 40 sería la del Nacionalicismo, la autarquía inspirada en el fascismo italiano y las cartillas de racionamiento hasta 1953.

   El Acta notarial del fallecimiento reproducía el último parte del doctor Vicente Pozuelo: “Su Excelencia el Jefe del Estado, Don Francisco Franco Bahamonde, ha fallecido en la Residencia Sanitaria de la Paz de la Seguridad Social de Madrid, a las cinco horas y veinticinco minutos del día veinte de noviembre por parada cardiaca, como episodio final de un shock tóxico por peritonitis”. Sería enterrado el sábado 22 de noviembre junto al altar en la basílica excavada en el Valle de los Caídos, en la sierra de Guadarrama. El testamento político de Franco comenzaba diciendo: “Españoles, al llegar para mí la hora de rendir la vida ante el Altísimo y comparecer ante su inapelable juicio, pido a Dios que me acoja benigno a su presencia, pues quise vivir y morir como católico. En el nombre de Cristo me honro, y ha sido mi voluntad constante ser miembro de la Iglesia, en cuyo seno voy a morir. Pido perdón a todos como de todo corazón perdono a cuantos se declararon mis enemigos sin que yo los tuviera como tales.” Estas palabras son un tanto contradictorias con su proceder en la postguerra, cuando su régimen puso en marcha la Ley de represión de la masonería y el comunismo. Si no eran sus enemigos o los de la nación, ¿por qué los reprimía? Una de sus frases más conocidas era: “Todo queda atado y bien atado”, pero en el vecino Portugal se acababa de ver que a la muerte del dictador Salazar, y tras la “Revolución de los claveles” ya poco sería políticamente igual.

   Después de pedir apoyo y lealtad al nuevo rey Juan Carlos y de reivindicar la justicia social, terminaba el testamento diciendo: “Mantened la unidad de las tierras de España exaltando la rica multiplicidad de sus regiones como fuente de la fortaleza de la unidad de la Patria. Quisiera, en mi último momento, unir los nombres de Dios y de España y abrazaros a todos para gritar juntos, por última vez, en los umbrales de mi muerte: ¡Arriba España! ¡Viva España!”. Como se ve, la unidad de España era una de sus preocupaciones. Quizás era consciente que a pesar de 40 años de régimen autoritario y centralista, la llamada “cuestión regional” quedaba sin resolución estable. Ninguna alusión ya a su habitual fobia al comunismo o liberalismo, de hecho la sublevación derechista del 36 se pretendía justificar por la anterior izquierdista del 34, y especialmente por el rechazo al peligro del triunfo revolucionario marxista, probablemente porque tras el desarrollismo de los años 60, de acelerada industrialización y urbanización, luego del “Plan de Estabilización” de 1959 liberalizando la economía, entendía que la cuestión social sí quedaba superada con el gran aumento de las clases medias y del nivel de vida en general. La España social y política de los años 70 ya en poco se parecía –afortunadamente- a la de los convulsos años 30, como la España del siglo XXI a su vez ha evolucionado bastante, sobre todo en materia de derechos y libertades, respecto a la de los años 70, aún cuestionada como nación.